Debo reconocer que la paciencia no es una de mis mayores virtudes.
Así como estaba ausente en ese señor el respeto por los demás.
Debo reconocer que a priori pensé que se trataba de la típica situación de "Quiero escuchar MI música sin importar que al resto no le guste y no uso auriculares porque soy re vivo". O viva, para el caso (no se trata de una cuestión de género).
No obstante, antes de precipitarme a hilar una frase de hastío (y sin demasiada amabilidad) observé con mayor detalle la escena.
Resulta que al mocoso* le gustaba esa música. Más allá de mi indignación y los mil pensamientos que se me cruzaron (al estilo: ¿Cómo le vas a hacer escuchar a un nene de 2 o 3 años canciones donde las palabras sexo, drogas, muerte, destrucción y tantas otras están en frases poco afortunadas? No es que no haya que saber sobre determinados temas. Pero sí creo que hay momentos para cada cosa. Y que un niño crezca oyendo eso, no me parece lo más sano - por más ortodoxo que pueda sonar) lo que me impresionó fue que al poco rato el chico estaba cabezeando. Y tras una media hora de tortura musical, finalmente se durmió.
Agradecidos, mis oídos se dedicaron a captar la conversación de otras dos muchachas. Una, en el último año del colegio secundario. La otra, en su primer año de facultad. Pero eso, es otra historia.
* Disculpen el empleo del término "mocoso".
Pasa que estaba sumamente irritada.
Para quienes estén interesados en la ambientación de los hechos: colectivo 110, en los asientos que están detrás del conductor (que ves el camino que vas dejando). El señor del lado del pasillo, con el nene en brazos. Su servidora del lado de la ventana.